jueves, 2 de diciembre de 2010

Homeward bound

Cuando parecía que aquello iba en serio y que quedaba poco tiempo pensé en ir a casa y vaciar los armarios y tirar los trastos para que nadie tuviese que pasar por el mal trago de tener que hacerlo por mi.
Tiré todo lo que había escrito. Los molesquines, las viejas hojas mecanografiadas, las servilletas con apuntes…todo.
Luego cerré el blog.
Ahora sólo queda algún cuento en la bandeja de correos enviados, y las viejas entradas del blog en su apartado “borradores”.
Tengo el bloqueo.
 Me siento delante del ordenador  y la pantalla se ríe de mi a carcajadas. Se ríe porque sabe que no sé si ya no sé escribir, si ya no sé qué decir, o si no sé cómo decirlo.
Se ríe porque soy feliz, porque no tengo miedo de morirme, porque me he puesto el impermeable amarillo, porque llego a casa y me siento en casa, porque me pasan cosas divertidas, emocionantes, únicas…porque cada día es, literalmente, una sorpresa. Porque me gusta mi trabajo, me gusta mi vida, me gustan mis amigos, me gustan los hombres, me gusta comer, me gusta leer, y porque me gusta escribir.
Se ríe porque me gusta escribir y no puedo.
Si el precio de la madurez, de la perspectiva, de la paz, del desapego apegado, de ver las fotos de Tete y no llorar, de ir a Menorca y no estar triste por tener que volver aquí, de tener las amigas lejos y sentirlas cerca, de abrir los ojos a nuevas personas, de salir a la calle y no oler la mar y que no sea un drama, de la paciencia,de sentirme agradecida por cada nuevo día, de notar que en la cara llevo siempre una sonrisa,  de no obsesionarme con si me renovarán o no el contrato, de no sufrir por los que quiero –pero sin dejar de ocuparme-, de dormir de un tirón y despertarme descansada, de acordarme de ti  sin pensar que te fallé hasta el infinito, de ser feliz.…si el puto precio es no poder escribir, bueno, es algo caro.

Más te vale que valga la pena.

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